Durante años, mis pasiones parecían mundos separados. Por un lado, estaba la lógica estructurada de la programación y el análisis de datos. Por otro, la estrategia abstracta del ajedrez. Y en otra esquina, la comunicación, el liderazgo y la conexión humana que practicaba en Toastmasters. Cada uno vivía en su propia isla.
Hasta que descubrí el marketing digital.
Fue como si todas esas islas se unieran para formar un continente. Me di cuenta de que el marketing digital moderno no es solo una disciplina; es un ecosistema donde todas mis habilidades no solo eran útiles, sino necesarias.
La tecnología es la base: construir una página web, automatizar un proceso o analizar métricas requiere una mentalidad de programador. La estrategia es el alma: cada campaña es una partida de ajedrez donde debes anticipar los movimientos de tu competencia y entender la psicología de tu cliente.
Pero la tecnología y la estrategia no son nada sin el componente humano. El marketing digital me obligó a desarrollar nuevas habilidades creativas, como la edición de video y el diseño gráfico, para contar historias visuales. Y, lo más importante, me demostró que el éxito de cualquier campaña depende de la comunicación: de la capacidad para conectar, liderar y transmitir un mensaje con claridad, exactamente las habilidades que pulimos cada semana en Toastmasters.
Iniciar mi proyecto de marketing fue un experimento, pero rápidamente vi cómo aplicar mis conocimientos previos generaba resultados. El marketing digital se convirtió en el campo de juego donde podía ser programador, estratega y comunicador, todo al mismo tiempo. Y no hay nada más gratificante que usar esa combinación para resolver problemas reales y ayudar a otros a crecer.