Cuando estamos decidiendo qué estudiar o qué camino tomar en la vida, es normal sentirse perdido. A veces creemos que la respuesta está solo en los libros, en sacar buenas calificaciones o en seguir el plan "clásico": carrera, maestría y doctorado. Pero hay algo que descubrí en mi propio camino y que considero igual de importante: trabajar desde joven.
No se trata solo de hacerlo por dinero. Si tienes la fortuna de que no sea necesario, aún mejor. Se trata de la experiencia: cumplir un horario, convivir con personas muy distintas a ti, resolver problemas reales y, sobre todo, empezar a descubrir qué te gusta… y qué no.
Mis primeros pasos
Antes de tener un empleo formal ya había hecho de todo un poco:
- Ayudar a un técnico en telecomunicaciones.
- Atender en la tienda de abarrotes de mis papás.
- Servir mesas y apoyar en el restaurante familiar de mariscos.
- Vender inscripciones de cursos de computación tocando puertas.
- Y varios trabajos pequeños más, desde cargar cosas hasta ayudar en negocios de conocidos.
Eran trabajos sencillos, temporales y nada espectaculares, pero cada uno me dejó algo: disciplina, seguridad para hablar con desconocidos, paciencia y la certeza de que esas experiencias me estaban preparando para algo más grande.
Mi primer empleo formal
El verdadero salto llegó con Church's Chicken. Recuerdo que fui a pedir trabajo al centro de Brownsville vestido con pantalón negro, zapatos de vestir y una camisa amarilla. Los demás empleados me miraban raro y murmuraban: "este güerito no va a durar".
El gerente me miró serio y me lanzó un reto:
"Si te contrato, ¿me aseguras que vas a durar al menos un mes? La mayoría se va antes".
Acepté sin dudar.
Los primeros días fueron los más difíciles: salir mojado, lleno de harina, cansado hasta los huesos. Yo, que era tan delicado con la suciedad, me vi obligado a aguantar. Pero poco a poco mejoré, aprendí a hacer las cosas mejor y empecé a disfrutarlo.
Al final, duré un año y medio. Pasé de cocinar pollo a cobrar en caja, limpiar la cocina, organizar pedidos… hacía de todo. Incluso me ofrecieron ser encargado. Y aunque valoraba la experiencia, ese día entendí algo fundamental: no era lo que quería hacer el resto de mi vida. Esa claridad fue un regalo.
Lo que me dejaron esos años
Hoy, cuando miro atrás, agradezco cada uno de esos trabajos, tanto los informales como el primero formal. Me enseñaron disciplina, compromiso y esfuerzo. Pero lo más importante es que me dieron perspectiva: aprendí que no siempre descubres de inmediato lo que amas, pero sí puedes confirmar lo que no quieres. Y esa información vale oro.
Gracias a eso, más adelante pude tomar mejores decisiones, elegir el camino de la tecnología y la programación, y dedicarme a lo que realmente me apasiona.
La invitación
Por eso quiero dejar este mensaje, especialmente para quienes están estudiando o apenas decidiendo su futuro: trabajen desde temprano. Aunque no lo necesiten, aunque sea en un empleo sencillo o pasajero. Cada experiencia suma.
Te ayuda a crecer, a conocerte y, sobre todo, a decidir con más claridad hacia dónde quieres ir en la vida.